Mucho se ha escrito respecto de las sinonimias y antinomias que unen o separan al gaucho del cowboy; empecemos por los denominadores comunes; ambos representan hombres del interior, peleadores y valientes; los dos se presentan como combativos, indóciles y tributarios de un tiempo y un espacio; ambos, también, pertenecen a dos naciones que con cierta contemporaneidad proclamaron sus independencias.
Los Estados Unidos, hastiados del despotismo Inglés y saturados de su opresión económica, donde el impuesto al té que, en 1776, impuso el Rey Jorge III, ameritó que las ideas que de Hamilton, Madison y Jay cobraran fisonomía; por su intermedio, se publicaron setenta y siete artículos de octubre de 1787 a mayo de 1788,; dichos escritos fueron los antecedentes directos de “El Federalista” que pretendió resumir la mejor forma de conducir el gobierno; aprobada la convención de Filadelfia, la Constitución de los Estados Unidos es uno de los documentos de vanguardia en el cual se plasmaron ideas que dieron lugar al desarrollo sostenido con dos ejes fundamentales: la democracia como forma de gobierno, donde el respeto a la División de Poderes sería el perno del andamiaje institucional y el libre comercio, como panoplia habilitante de una nación que, en un poco mas de doscientos años, se ha erigido como la indiscutible potencia mundial.
De hecho, el propio Alexis de Tocqueville – en franca critica al sistema político francés – en su señera obra “La democracia en América” exalta el estilo de vida y las costumbres de la nueva nación elogiando la división nítida de los tres poderes de la Unión.
Nuestra Nación proclamó su independencia con causales similares y una llamativa simultaneidad temporal; aun cuando las grietas de otrora, presente tanto allí como en la hora actual, se debatía entre la adopción de un sistema similar al de los Estados Unidos o uno con un matiz distinto al sistema monárquico anterior; no obstante ello, había coincidencias en liberar el comercio colonial y que la comunidad independizada tuviera nuevos oferentes distintos del Reino de España.
Pero las diferencias, que se erigen sobre las similitudes señaladas, hablan a las clara que el cowboy representa el apego a la ley; el gaucho su combate; el cowboy es un personaje aglutinador de consensos y el gaucho no es mas que un de luz que gesta el incordio, al punto tal que, como nos recuerda Carlos Gamero, en su libro “ Facundo o Martin Fierro “que en este tren de eludir la norma algunos tramos de la literatura gauchesca consideraba héroe al criminal y mala a la autoridad. Por el contrario, el sheriff es siempre el héroe y el bandolero es el villano, aun cuando sea honesto destacar que el problema que señala José Hernández, en el Martín Fierro, alude a una aplicación diferenciada de la ley —la ley del vago—, cuyo objetivo era intrínsecamente injusto, habida cuenta de que su mirada se dirigía a proporcionar brazos a las estancias y la ley de levas anhelaba proveer de tropas a las estancias llegándose, incluso, a su tratamiento de manera deleznable, lo que se verifica en una misiva procaz de Sarmiento a Mitre donde el primero le aconsejaba «no trate de economizar sangre de gauchos general. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos esos salvajes».
De manera invertida, el cowboy y el sheriff son siempre los héroes que rescatan a la doncella de quien la cautiva. Para Böhmer «En Estados Unidos, el cowboy es un símbolo positivo, un pilar en la comunidad». El gaucho, en cambio, está al margen de la civilización. Hernández escribió el Martín Fierro durante la presidencia de Sarmiento, como una respuesta a este último, y desde un hotel en la Plaza de Mayo ubicado en frente a la Casa Rosada, a poca distancia de su adversario político. «Hernández responde al monólogo de Sarmiento con otro monólogo: la comunidad deja al gaucho afuera y éste reacciona como gaucho malo, porque le quieren imponer orden autoritariamente. Se siente víctima y se queja, como en los tangos,» El propio Bhomer se ha explayado que en la constitución política: «La autoridad en la Argentina se armó con el Facundo y con Las Bases , de Juan Bautista Alberdi: con democracia en las formas pero concientemente autoritaria. Por otra parte, cuando se busca inclusión, se lo hace desde el Juan Moreira, de Eduardo Gutiérrez, o desde el Martín Fierro : violando normas. Entonces creemos que la autoridad es ilegítima. Una infracción concluye como un diálogo entre pares, uno hace la «gauchada» de completar el sueldo, el otro la «gauchada» de no poner la multa. Desaparecen el policía y el infractor. Aquí aparece la relación de los argentinos con la ley y la institucionalidad».
Borges en sus “ cuatro conferencias sobre el tango “ rememora la actividad del sargento Chirino al insertar su bayoneta a Juan Moreira; pero al funcionario ese hecho no le valió la gloria toda vez que la gente lo interpelaba : ¿ quien era ese oscuro sargento de policía para matar al famoso Moreira?
Regresemos al Cowboy. Nos recuerda Florencia Arbiser que en su libro The Cowboy Way , el historiador estadounidenses Paul H. Carlson los llama » pretenders » , suerte de simuladores que recrean la imagen hollywoodense de los cowboys. En su período clásico -entre 1865 y 1890-, los verdaderos cowboys no usaban jeans Wrangler, botas altas, sombreros de ala ancha ni hebillas gigantes en sus cinturones. La historia oculta de aquéllos, es que el auténtico cowboy estaba mal alimentado. Muchos robaban ganado tenían conductas ilegales y se los asociaba a los ladrones o borrachos. Pero a pesar de sus orígenes diversos, la imagen del cowboy de los westerns y de las novelas es, de manera casi excluyente, la del hombre centellante.
No obstante ello, cualquiera que sea la inversión de la historia – sea que se desee ver al cowboy como el valuarte de la sociedad Americana, como garante de la ley, o en las condiciones descriptas – lo cierto es que, de inclinarse por este segundo enfoque, más tradicional, se sintetiza el respeto a la norma y el combate del bandido.
Ya sea que el gaucho ha sido un desertor originario y el cowboy un héroe natural o construido es palmario afirmar algunos disensos entre ambos; el Gaucho – justa o injustamente – se lo ha hermanado a la transgresión, a la vaguedad y al alejamiento de la norma. No queremos efectuar un panegírico o denostar a la sociedad americana ni demonizar al hombre natural de las pampas. Lo que nos interesa, al efecto de estas líneas, es la particular desatención que tenemos como nación, y como sociedad en torno al cumplimiento de las normas; en nuestra comunidad aflora el individualismo como oposición a la visión de conjunto. Su manifestación mas radicalizada es la corrupción; ella es la pandemia que diezma nuestro desarrollo sostenido y excede, con creces, el mero acto venal del funcionario pues no solo en el ámbito estatal o de la administración pública puede ver la luz la existencia de practicas corruptas; por el contrario, la infidelidad también ve la luz en el marco de la actividad privada que se llevan a cabo en perjuicio o a favor de las arcas de la corporación.-
La corrupción es el pináculo de la desatención de la norma tanto de aquellas compone el sistema criminal – que es el que estudiamos a diario – como todo el elenco norativo que compone la legislación de una República. Tomaremos algunos ejemplos minúsculos de ella a lo largo de nuestra historia. En los primeros tiempos de nuestra organización nacional se acudió a un endeudamiento escandaloso y fraudulento que reconoce su simiente en la difícil situación financiera; ella obligó a Martín Rodríguez y a su Ministro, Bernardino Rivadavia, a buscar en Inglaterra los fondos que harían posible socorrer a las arcas del estado. El 28 de noviembre de 1822, la operación fue acordada con la fuerte casa bancaria Baring Brothers” de Londres, por un millón de libras esterlinas, con un interés del 6 %. “obtenido el préstamo donde solamente se recibieron 560.000. La casa Baring retuvo 130.000 libras en concepto de cobro por anticipado de intereses y el resto se infiltro el opaco dedalo gestado de la intervención de comisionistas enlazados a la operación.
La corrupción – de un ayer no tan lejano – fue, entre muchas otras facetas, la inexplicable guerra de Malvinas donde solo a un alunado, o un grupo de venáticos, se les ocurrió pensar que, con adolescentes indefensos, se podía enfrentar a potencias militares. Borges lo expuso en su breve, pero exquisito, poema “Juan López y John Ward “ – que resume la historia de dos soldados , uno argentino y el otro británico que , de haberse conocido en otra contexto, habrían sido seguramente amigos – refiriendo que : “ les tocó en suerte una época extraña. El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos. Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras. López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward en la ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer El Quijote. El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en un aula de la calle Viamonte. Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel. Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen. El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender. En la hora actual, la corrupción no solo se limita al desvío dinerario en favor del funcionario impidiendo la construcción o refacción de una escuela o un hospital o que los niños se alimenten debidamente o, concurran a los centros educativos y no permanezcan en la calle con una posible vinculación con las drogas o el delito. También se manifiesta, como dice el profesor Fermo, en un país donde existen rutas que no te llevan a ningún lado y son facturadas como autopistas europeas; donde las monjas no son monjas; los monasterios operan como bóvedas y, algunos funcionarios, en vez de contar la plata, la pesaban.
Creo que al ya tradicional rótulo de corrupción se le agrega la falta de idoneidad del individuo para cumplir con una función remunerada por los ciudadanos con sus impuestos; la ausencia de apego en la prestación laboral, la selección anárquica de funcionarios o empleados guiados por un interés coyuntural u oportunista – en desmedro de aquél que se ha formado y perfeccionado – colocan al sistema sobre en un como de sombra , que se proyecta sobre la legitimidad de la designación, aún cuando ésta sea al amparo de las normas.-
Me parece que la sociedad debe tender puentes en aras de erradicar la división actual asumiendo como cruzada el esfuerzo sostenido, la administración saludable y cristalina de los bienes estatales o del peculio de todos; debemos ser extremadamente celosos en la designación de cualquier funcionario – en los sendos departamentos en que se divide el poder – intentando, en la medida de lo posible, escoger al mas preparado y honesto en cada área eludiendo el “ amiguismo”, el compromiso coyuntural o la desatención de las normas; si existen falencias en ciertos compartimientos del sistema debemos, entre todos, procurar eliminar sus fallas. En esta verdadera expedición que debe asumir la sociedad para que el país abandone el estancamiento prolongado que lo alcanza, requiere que todos los actores, desde los diferentes roles, amplifiquemos nuestra contracción al trabajo de manera frugal, evitando atajos oportunistas que traen aparejado la violación de las normas. Solo el cumplimiento de la ley, combatiendo con ella, desde ella y por intermedio de ella, colocándonos la patria al hombro, nos ha de permitir empavesar el estandarte ideal para que las generaciones venideras gocen de un país mejor.-
por Julio C Baez
Juez de Cámara ante el Tribunal Oral Criminal 4 de la Capital Federal